La revolución mexicana por fin explotó en 1910, el gobierno de Díaz ya no podía sostenerse más. La clase obrera era aún joven, numéricamente débil, poco cohesionada social y políticamente, y geográficamente difuminada por el territorio nacional. A causa de esto, o sea, a causa de la falta de un potente movimiento obrero articulado a nivel nacional y numeroso, consciente de guillotinar el régimen caduco de Porfirio Díaz, quienes ocuparon el centro del proscenio fueron las burguesías rurales disidentes, los intelectuales procedentes tanto de las clases medias como de la fracción escindida de la élite y, sobretodo, los ejércitos campesinos.
La revolución que inició en 1910 fue más que nada una insurreción de las masas campesinas, que eran la gran mayoría de la población. Éstas fueron las que sostenían los poderosos ejércitos revolucionarios que derrotaron armas en mano al ejército federal. Y fueron en particular los agrupados en las filas de los generales más radicales, Emiliano Zapata y Francisco Villa, los que sembraron más miedo a burgueses y terratenientes, tanto porfiristas como antiporfiristas.
No obstante, a pesar de la preponderancia del campesinado, debemos sacudirnos de la cabeza el mito de los trabajadores mansos que no tomaron parte en la revolución, o que a lo sumo sólo fueron carne de cañón. La clase trabajadora, aunque joven, no fue indiferente a la situación de miseria y represión que sufría en carne propia. Los trabajadores intervinieron en el proceso revolucionario con sus propios métodos de lucha, y en el transcurso crearon organizaciones sindicales para guerrear.
La rebelión de la clase obrera mexicana
Mucho antes de la revolución constantemente los trabajadores se rebelaban contra el trato injusto de patronos y gerentes y contra los códigos de trabajo carcelarios que los volvían prisioneros de las máquinas. Sin embargo, siempre topaban contra la pared de la represión de las fuerzas de Díaz, en todo momento dispuestas a colaborar con los patrones. La represión sangrienta que sufrieron las huelgas de Cananea y Río Blanco es un ejemplo.
Antes de la revolución, los obreros trabajaban 14 o 16 horas diarias, 6 días a la semana. En muchas fábricas se les obligaba quedarse al término de su jornada laboral para limpiar las máquinas, y no recibían ningún pago extra. Además, cuando el producto tenía algún desperfecto, los patrones imponían costosas multas a los obreros. También, muchas fábricas contaban con viviendas para trabajadores dentro del terreno donde estaban instaladas, pero estaba prohibido recibir visitas de los familiares.
Fue la revolución mexicana la que parió la rebelión de los trabajadores. La eclosión del régimen mexicano, la huida de Porfirio Díaz y la inestabilidad estatal que le sucedió dejó a los industriales sin la capacidad de reprimir las rebeliones en las fábricas, que cobraron un nuevo impulso a raíz de la insurrección que incendiaba el país todo.
Al colapsar el gobierno central, las huelgas ya no eran tan fácilmente reprimidas. Esto se tradujo en más y más huelgas triunfantes, más beneficios conquistados por la lucha trabajadora y así enrachados, los trabajadores se radicalizaban.
El 21 de diciembre de 1911, como quien arrebata el látigo del amo los trabajadores textiles de las quince fábricas más importantes de Puebla y Atlixco, el corazón de la industria manufacturera de México, se fueron a huelga por mejores salarios y 10 horas de trabajo. Ésta ponía de relieve que los mecanismos clásicos de hegemonía del porfirismo caducaban, y la burguesía ya no podía seguir dominando como hasta entonces lo venía haciendo.
La huelga se extendió a trabajadores rurales de varias partes del país. En tan sólo unas semanas, obreros de la industria textil y empleados del campo en Jalisco, Chihuahua y Tlaxcala se sumaron a la huelga. El Bajío, con sus propias demandas, también fue a paro. La primera huelga general de México estaba consumada, y la burguesía, a la que la revolución le privó de represión, tenía que tener otra actitud ya con los trabajadores. Entonces la huelga general triunfó. Gracias a la revolución, los trabajadores conquistaron mayor salario y menos horas de trabajo.
El historiador Jeffrey Bortz afirma: “Si los eventos en Chihuahua y Morelos demostraban el deseo y la capacidad de los campesinos de perseguir una Revolución, las huelgas de río Blanco y Atlixco sugerían que los trabajadores textiles tenían también la energía y el deseo de un cambio social radical.”
“La época de la tiranía había terminado”
La autoconfianza que los trabajadores ganaron con el triunfo de la huelga general los motivó a ir por más, y para 1912 y los años siguientes, olas de huelgas brotaban principalmente de los centros manufactureros del país, en esa época concentrados en la industria textil de Puebla, Veracruz y Ciudad de México. El movimiento obrero pasó de las demandas de salarios y horas de trabajo a buscar el control del piso en las fábricas, a exigir el despido de déspotas gerentes y la supresión de las listas negras. Envalentonados, los trabajadores cuestionaban la autoridad misma de los patrones.
El salto de conciencia experimentado por los obreros y obreras alarmaba a la burguesía. Los sindicatos por empresas se convertían en alianzas nacionales, y éstas en poderosas federaciones: los sindicatos eran el principal armamento de su rebelión.
Para pacificar su región, los gobiernos se vieron obligados a emitir decretos que concedían muchas de las demandas de los trabajadores y sus sindicatos. Los empresarios, poco podían hacer. Cuando éstos no querían cumplir las nuevas reglas de trabajo la pagaban caro. En una carta los trabajadores de Cocolapam le exigían al jefe del Departamento de Trabajo que “les dejara saber a los industriales que la época de la tiranía había terminado”.
Los trabajadores y la Constitución de 1917
La rebelión en las fábricas no podía ser ignorada por las fuerzas carrancistas que se reunieron desde 1916 para preparar una nueva constitución. Si Carranza y la élite sonorense querían estabilizar su naciente gobierno, más les valía contar con los nuevos y fuertes sindicatos.
Sólo así se explica por qué la constitución de 1917 fue de las más avanzadas en todo el mundo, y el artículo 123 (referente al tema laboral) en particular el más progresista de todo el continente americano, incluyendo Estados Unidos. El 123 legalizaba los sindicatos, otorgaba el derecho a huelga a los trabajadores, limitaba la autoridad de los patrones, establecía salarios dignos para los trabajadores y reducía la jornada laboral a 8 horas y 7 para el turno nocturno.
Estas conquistas eran hijas de la nueva relación de fuerzas en las fábricas y no un acto benevolente de las fracción burguesa triunfante, que en el futuro no dudaría en reprimir al movimiento obrero como antaño lo hacia el porfiriato.
El Estado naciente tenía que adaptarse a la nueva realidad impuesta por los trabajadores sublevados, y al mismo tiempo el movimiento obrero, sin una vanguardia revolucionaria como en Rusia, se tuvo que adaptar al nuevo Estado posrevolucionario.
Los trabajadores mexicanos en Estados Unidos durante la época conformaban una comunidad combativa y radicalizada con una admirable tradición de actividad militante con fuertes vínculos con la Revolución Mexicana.
La lucha, protestas y manifestaciones de los campesinos en la búsqueda de la dignificación y asentamiento de sus derechos en la revolución mexicana sentó la base para que la democracia tomara forma en México.
Fuente: “México y el mundo del trabajo” de Jeffrey Bortz y Marcos T. Águila
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